miércoles, 30 de junio de 2010

No fue lo que esperaba...

Tras acabar mi primer año de facultad, debo decir que he quedado bastante desilusionada. No porque no me guste lo que estudio, tenga queja de los profesores o tenga algún problema con la universidad en la que estoy. Siempre pensaba que la universidad seria algo distinto al instituto, más enfocado a aprender que a simplemente aprobar o a darse prisa con terminar el temario. Recuerdo que en ese aspecto, el tercer trimestre siempre fue una locura en ciertas asignaturas... Y creía que por fin iba disfrutar un poco dando las asignaturas, que se iba a poder estudiar, investigar, consultar con más libertad y con más ganas propias que con las que te empuje la propia asignatura. Hay que estudiar y esforzarse, no tengo ningún problema con eso, pero pensaba que habría más regusto a aprender por aprender, más allá de lo que pretendas hacer con esos estudios en el futuro.

Antes de nada, aclarar que hablo desde el punto de vista de bolonia. Sí, soy una de esas que ha empezado con este nuevo plan de estudios. Y hay muchas cosas de él que no me gustan. La idea puede que sea buena, que un grado aquí te valga en cualquier parte de Europa, y no sé cómo lo habrán hecho en otros paises, pero aquí me parece que está muy mal planteado. Para empezar, lo de tener que estar en el 80% de las clases. Yo no soy persona de faltar, ¿pero no se supone que ya somos mayorcitos, que dejamos el instituto atrás? Por no mencionar que no sólo vamos gente tan joven. ¿No deberíamos ya de responsabilizarnos cada uno de lo que hace y de por qué lo hace? Y sin embargo quieren obligarnos a ir sí o sí. Por no mencionar las tutorías obligatorias. Hay que tener x horas de tutorías aparte de las clases, las cuales se tienen que empezar a hacer incluso antes de que podamos tener alguna duda. A este tiempo que hay que dedicarle a clases hay que sumarle el tiempo que hay que estar haciendo trabajos. Sí, uno de los puntos claves del plan, los trabajos. Ha sido una locura buscar tiempo entre las clases y las tutorias para ponerse con ellos, ya que nos mandaban unos cuantos de cada asignatura. Y debido a que asignaturas anuales las han pasado a cuatrimestrales, y asignaturas que eran dos las han pasado a una, había muy poco tiempo para hacerlos y entregarlos, y los propios profesores hacían malabares para poder darnos todo el temario. Algunos me han llegado a dar hasta pena, se nota que les gusta su trabajo y que les sabe mal no poder hacerlo en condiciones por la falta de tiempo. Luego me tocaba a mi asimilar todo eso de golpe y arreglármelas para hacer un trabajo de eso más los que ya tenía, y la verdad, el profesor ya no me daba tanta pena, tenía cosas que hacer. Hubiese preferido dar las asignaturas con más calma, me hubiese enterado mejor y habría aprendido más,que es a lo que voy a la facultad. Después hubiera ido a la biblioteca a leer más sobre el tema,habría consultado al profesor si lo necesitara y tal vez pedirle más material. No voy a la facultad a vaguear, pero tampoco a estresarme de una manera tan tonta y en la que no creo que haya sacado provecho. Por no mencionar los exámenes. Terminas los trabajos y te encuentras que como mucho, y con suerte, tienes los exámenes la siguiente semana. Ponte a estudiar.

Luego claro, se supone que tienes una vida fuera de la facultad. Hay que ocuparse de tareas domésticas, hay quién tendrá un trabajo, hay quién se estará sacando otros estudios por otro lado, hay quién irá al gimnasio, hay quien a lo mejor toca el piano y un largo etcétera sin meter salidas con los amigos y demás.

A mi me ha dado mucho la impresión de que con el plan bolonia lo que pretendían era que solo estuvieramos con la universidad, o que los que lo hayan organizado no han pensado que, aunque sea importante, hay más vida aparte de la susodicha, y tampoco se han puesto a pensar en dar esas clases. Los propios profesores parecían muy descolocados a la hora de darlas. Luego observas a los de años superiores y, aunque ocupados, los ves más relajados y disfrutando un poco más de la vida en el campus. Definitivamente aqui hay algo que no está funcionando. Por no mencionar en que, al menos en mi carrera, están quitando asignaturas que me hubiese gustado mucho dar. ¿Es que tienen algo en contra de la cultura o es que solo quieren que aprendamos lo que consideren ellos útil y necesario? ¿Nos están formando realmente o sólo están creando futuros trabajadores? ¿Si tanto quieren en bolonia con los trabajos que seamos independientes, por qué no podemos decidir que asignaturas queremos estudiar? ¿Hay algo de malo en la loable profesión de maestro que parecen querer apartar?

Sea como sea, cruzaré los dedos y tocaré madera para que el año que viene la cosa mejore, pero también invitaría a la reflexión porque definitivamente algo falla.

martes, 29 de junio de 2010

La última noche.




He aquí una pequeña historia de unos de mis personajes de Vampiro: La Máscarada. Lo cierto es que es curioso, he llegado a aprender más de este personaje interpretándole que cuando me puse a crear su historia. De alguna manera, de ese conocimiento surgió este relato, situado mucho antes de que empezara la partida:



Si me vierais ahora no sé qué pensaríais...

-Berenice...

La muchacha dejo el cepillo en la mesa, meditabunda.

-¿Sí, Juliette?

-Tú padre quiere hablar contigo.

Se giró, sus ojos azules, aquellos ojos que pese a todo seguían guardando ese brillo inocente, se cruzaron con aquella mujer, aquella que tanto le había enseñado... y que le resultaba una completa extraña. Sabía que la envidiaba... su padre le había dado lo que a ella siempre le negó. Sabía que envidiaba la inocencia de sus rasgos, sus cabellos negros, olas de líquido ónice que se escurrían por sus hombros, por su espalda. La hermosura de su rostro, de su cuerpo, esa cara de niña buena en un cuerpo de una verdadera mujer. La sorprendente candidez que desprendían sus gestos, sus rasgos, sus palabras... Ese espíritu que parecía haber seducido y fascinado a su padre para que le diera el mayor de los dones que podía dar.

El don de la inmortalidad.

-Enseguida voy, Juliette, en cuanto termine de arreglarme.

-Recuerda, cielo, esa... aparente inocencia tuya es tu mejor arma. Poténciala todo lo que puedas.

¿Naciste así de puta o te enseñaron en alguna parte? Y cuidadín que a ese juego podemos jugar dos...

-Lo haré, no te preocupes.-Sacó unos preciosos pendientes en forma de mariposa, con pequeños zafiros incrustados en sus alas. Un regalo de su padre.- Esto hará más llamativo el azul de mis ojos... ¿no te parece?

-Buena elección. Te he enseñado bien.

Después se marchó, no sin que antes Berenice pudiera echar un vistazo a su aura. Tenía que practicar más... pero se veía clara la irritación, la ira y la envidia. También vio otra cosa que no supo identificar... algo parecido a la satisfacción, pero... un poco rara. Tampoco le dio mucha importancia. Berenice sabía que, según ella, no era más que una vagabunda que le debía sus buenas formas a ella. Reprimió el impulso de sacarle el dedo corazón. Esas eran maneras de su antigua yo, y sabía que le disgustarían a su padre. ¿Por qué mantenía a Juliette, cerca de él? A ella le parecía una auténtica víbora. ¿Si no era así, cómo era posible que la hubiera enseñado cómo seducir a sus presas para alimentarse si ella no era un vampiro? Y seguramente, de serlo, se los hubiera tirado antes de morderlos. Ella jamás lo había hecho. Respetaba demasiado su cuerpo para dejarse llevar así... y menos por alimento.

En mi barrio tenemos un nombre para mujeres como tú...

De alguna manera, ella idolatraba a su padre, y tampoco era fea, precisamente. Se encontraba más bien en su opuesto... aunque sus rasgos eran dulzura y elegancia, era una mujer madura, astuta. Sus cabellos eran rubios, sus ojos castaños. Sabía ver cuando una mujer era guapa y tenía lo que tenía que tener para traer de cabeza a los hombres... aunque no tenía tanto éxito como ella, y poseía menos curvas, cosa que le daba cierta satisfacción. Lo consideraría irrelevante... pero esas puyas la tenían harta. Deberían poder llevarse bien sin estas cosas... no podía culparla y pagar su frustración con ella.

Además, maldita idiota, tu puedes ayudar a mi padre mucho más de lo que puedo ayudar yo. Durante el día sólo puedo... rezar por despertar.


La recorrió un escalofrío. Volvió su vista al espejo, melancólica. No podía evitar pensar que todo era un engaño, que la que le devolvía el reflejo no era ella. Por otra parte se sentía mal por pensar en su antigua vida, echar de menos ciertas cosas... cuando su padre le había dado tanto. Se sentía una desagradecida, que realmente no se merecía lo que tenía. Lo que más le dolía es que, en el fondo, Juliette tenía razón.

No era más que un perro callejero. Iba bien vestida, había aprendido a hablar en condiciones... o al menos estaba en ello... pero las calles habían dejado una marca indeleble en ella. Muchas veces se preguntaba si los demás serían capaces de verla, más allá de su apariencia, sus buenos gestos... pero por suerte, la mayoría estaban ciegos.

Terminó de arreglarse y antes de salir de la habitación, volvió a mirar al espejo. Ciertamente, la marca estaba bien oculta.

No es que me avergüence de vosotros y reniegue de mi pasado. Perdonadme, hermanos... simplemente le debo demasiado.

Salió de la habitación, con aquella sensación que la rondaba tan habitualmente, aquella culpabilidad por tener algo que su familia no pudo tener. Lo habían compartido todo... ¿por qué no aquello? Una vida tranquila, una buena educación... Apartó, molesta, aquellos pensamientos negativos. Su padre no se lo merecía. Bastante había hecho ya por ella. Recorrió el pasillo, observando brevemente los cuadros que adornaban las paredes. Su padre... era increíble, y ella apenas había empezado a aprender a hacer esas maravillas... Había resultado que tenía cierto talento artístico, cosa que su padre recibió como una agradable sorpresa e inmediatamente trató de que todo ese talento saliera a la luz, enseñándola, animándola. Y ella, sin querer, se había visto atraída, y a veces absorbida por esa nueva habilidad que poseía, como un nuevo aliento, algo que la ayudaba a seguir adelante. Casi podía decir que la pintura era lo que en vida había sido respirar, hasta el punto de haber permanecido muchas noches sin salir. Sin embargo últimamente estaba atascada, como si un bache enorme se hubiera plantado entre ella y el lienzo... seguía mejorando en técnica, pero... aquellas pinturas estaban vacías. Por mucho que la elogiara su padre, para ella no había diferencia entre aquello y que el lienzo estuviera en blanco. Faltaba algo y no sabía muy bien qué. Últimamente había dejado de lado sus trabajos artísticos y se había dedicado a recorrer la ciudad, buscando ese algo que faltaba, en aquel rinconcito que su padre había delimitado. Nunca admitiría que no le gustaba sentirse enjaulada, o como un perro que le habían puesto una correa que sólo la permitía llegar hasta cierto punto. Claro que, una vez más, se sentía sin derecho para quejarse. No estaba muy segura de cuanto duraría aquello, pero confiaba en él. Como sea, seguramente quería hablar con ella sobre eso, tal vez para ayudarla a superar el bache. Al llegar al salón, él la recibió con una sonrisa.

-Buenas noches, hija mía. Estás preciosa... ven, siéntate conmigo.-Dijo, sentado en el sofá, con una copa en la mano.

-Buenas noches... padre.-dijo ella, correspondiendo su sonrisa. Aquella palabra le seguía sonando rara en sus labios, pero le resultaba tan dulce, incluso más que cualquier sorbo de Vitae. Se sentó a su lado- ¿que quie... quería hablar conmigo?- Eso sí... la repateaba aquel trato tan frío como podía ser el de usted... Había cosas de la etiqueta que definitivamente no entendía, y como no, le costaba más asumir.

-Tranquila, Berenice... ¿no puede un padre disfrutar de la compañía de su hija?- Su voz, siempre amable, su sonrisa, siempre para ella...

-Por supuesto.-se apresuró a decir.- Simplemente Juliette me comentó que quería hablar conmigo. Por cierto...¿dónde está?- No la veía en el salón y era raro... parecía la sombra de su padre.

-Tiene cosas que hacer y... hay ciertas cosas de las que prefiero hablar sin que esté ella delante. A fin de cuentas sigue siendo humana.

-Entiendo... ¿cosas de la Estirpe? ¿Vas a contarme más cosas de las tradiciones y demás?

-Berenice...-dijo con un regaño cariñoso.

-¿Qué?- Entonces se dio cuenta.- Perdón, padre... ¿va a contarme más cosas de las tradiciones?

-No...-dejó la copa en la mesa e hizo que Berenice apoyara su cabeza en su pecho, en un abrazo puramente paternal.- Pero si tiene que ver con nuestra condición, y con que estoy preocupado por tus últimas salidas. Ya van varias noches que casi te sorprende el amanecer, y ya sabes lo que nos puede pasar a los de nuestro Clan si lo vemos. Podemos quedarnos hipnotizados por su belleza, incapaces de ir a refugiarnos. Es peligroso, antes de que te dieras cuenta serías un puñado de polvo.

-Yo... lo siento, pero de verdad, tengo cuidado. Después de todo, no quiero terminar así...-una fugaz imagen pasó por su mente, una imagen llena de sangre, dolor y muerte, y como no, aquella sonrisa cruel y divertida que la llevaba persiguiendo durante tanto tiempo. Un leve temblor recorrió su cuerpo, y su padre, adivinando el recuerdo, la reconfortó con su abrazo.

-No pasa nada, hija, yo cuido de ti. Pero... ¿qué es lo que te tiene tan absorta que no vigilas la hora con más detenimiento?

-Pues... -Dudó un poco. No había encontrado lo que le faltaban a sus cuadros, pero definitivamente, había encontrado algo que la tenía fascinada. El caso era... que no sabía bien como decirlo, sobre todo porque era muy consciente de lo chapado a la antigua que era su padre.

Él vio su duda.

-Es ese muchachito que toca en el P54, ¿verdad?

Se puso tensa. ¿Cómo lo había sabido? No era un antro de mala muerte, pero desde luego, no un lugar que frecuentara su padre. Precisamente por eso lo usaba para cazar, había visto lo poco que le gustaba que tuviera que acercarse a otros hombres de esa manera, se había dado perfecta cuenta cuando salía con ella para enseñarla a cazar. Preocupación puramente paternal, obviamente: no le gustaba ver como su pequeña seducía y como otros hombres se acercaban a ella, mirándola como si solo fuera un pedazo de carne, aunque, desde luego, ni se olían que la presa eran ellos. Igualmente, ¿cómo lo había sabido?

-¡Padre!- Se incorporó de golpe, al encajarle las piezas en la cabeza.- Mandas..., mandó a Juliette a vigilarme, ¿cierto? ¡No me lo puedo creer!-dijo, mirándole a los ojos. Por mucho que mejorara su educación, su carácter seguía ahí.- ¿Es que no confía en mí?

-No, no es eso... estoy preocupado. No hace tanto que perteneces a la Estirpe y aún hay cosas que se te escapan.-dijo, comprensivo, aunque algo severo.- Además, tampoco es que tú me dijeras nada... has dejado de pintar, y pareces inmersa en reflexiones que no alcanzó a comprender... por no olvidar que casi dejas que te alcance el sol.

-Ya, pero, no sé, me podrías haber preguntado directamente.-Seguía ofendida.

-Berenice...

-Ya, ya, de usted... ¡ay! No lo entiendo... si es mi padre, ¿por qué no puedo tratarlo con más confianza? Incluso compartimos la misma sangre...

-No es la confianza.-volvía la sonrisa divertida.- Es la educación, y eres una señorita, recuerda.

-Ya...-prefería no hablar del tema... ¿En que año nacería?- No evada la pregunta, padre...

-Necesitaba conocer bien la situación, antes de hacer nada... y si te hubiera preguntado, probablemente hubieras intentado llevar la cosa de otra manera, puede que incluso hubieras tratado de encontrarte con él... de otra manera.-volvía a la seriedad.

-¿Y qué hubiera habido de malo en ello?

-Chiquilla... no lo entiendes. Somos criaturas solitarias... nuestra condición nos aleja de los mortales.-Hablaba con cansancio y nostalgia, revelando en estas palabras que era mayor de lo que aparentaba, como un anciano que había tenido que ver cosas que hubiera preferido no ver en tantas ocasiones…- Vivimos entre ellos, pero no nos terminamos de mezclar como cuando estábamos vivos. Son personas, pero también son presas, tienen sueños, anhelos, son capaces de crear cosas hermosas... pero no son como nosotros. Compartimos la humanidad que mantenemos, pero no envejecemos, no podemos salir de día y es la sangre lo que nos alimentas. No lo olvides. Tú tuviste la desgracia de perder a los tuyos, pero gracias a eso, no has tenido que pasar por una etapa que hemos tenido que pasar muchos de nosotros. No has tenido que alejarte de ellos... ver como continuaban sus vidas sin ser participe tú de ellas. Ver como se marchitaban, y tener que pasar la eternidad sin ellos.

Jacques acababa de meter el dedo en la llaga equivocada.

-No se atreva a insinuar que fue una suerte que murieran. De una manera o de otra, voy a pasarme la eternidad sin ellos. Eran mi familia, no lo olvide.

-Lo sé, lo sé...-Sin embargo vio en ellos ese brillo que aparecía cada vez que mencionaba algo de su vida en L.A., un brillo que la indicaba claramente que era un tema que no le gustaba, como si hubiera preferido que saliera de una maldita habitación de lujo en vez de haber salido de un barrio pobre.

-Lamento que mis orígenes le incomoden, Padre. Espero que al menos tenga en cuenta que yo no los elegí.

-Berenice, perdóname.-dijo con gesto cansado.- Sé que los querías.

Los quería tanto que sentía unas terribles ganas de llorar, desahogarse, soltar todo ese dolor que la llevaba persiguiendo tanto tiempo... pero no soltó ni una lágrima. Lucas le había enseñado bien.

-Sí padre. Pero no entiendo que tiene que ver una cosa con la otra...

-Piénsalo un poco.-Si voz era severa, su gesto serio.- Si te terminas encariñando con él, tendrás que pasar por eso, o peor aún, tal vez llegues a cometer una insensatez. Por no mencionar que el muchacho se encariñaría contigo y eso a la larga, traería sufrimiento a los dos.

Se removió en el asiento, incómoda.

-... ¿qué clase de insensatez?

Jacques suavizó su voz. Era inexperta, pero no mala persona.

-Podrías quererlo a tu lado para siempre. Y no solo se trata de que no tengas derecho de progenie... se trata de que él sí tiene una familia, un sitio al que volver. Tú no lo tenías... por eso... por eso te ofrecí el sitio que había a mi lado, el que siempre había estado vacío. No tenías nada que perder... pero ese chico sí. Te conozco, Berenice, sé que a la larga no te lo hubieras perdonado.-Hablaba con cariño… era esa parte de ella la que tanto amaba.- Por eso... creo conveniente que dejes de verle, antes de que la cosa vaya a más.

Berenice lo pensó y... se dio cuenta de que tenía razón. No sería capaz de alejarlo de su familia, ni quería. Corría el riesgo de enamorarse… y destrozar a la persona que amaba. Se sintió desolada por dentro.

-Pero padre... yo...-Su voz salió con una desesperación impropia de ella.- no lo amo a él... realmente no lo conozco, sólo… amo su música. Tendrías que escucharle... como pasa suavemente las manos por las cuerdas... como acaricia cada palabra que pasa por sus labios... como te envuelve su melodía, como una suave brisa de verano, justo antes del anochecer...

-Vaya, hija, parece que también tienes alma de poeta.- Negó con la cabeza, triste.- No puede ser, Berenice... no puede ser. Para nosotros siempre es así... nos fijamos en algo bello... nos enamoramos de ello... y deseamos que permanezca a nuestro lado para siempre, y, cuando no puede ser... vemos como poco a poco se marchita, y parte de nosotros se marchita con ello. No te pierdas a ti misma, hija.-la cogió una mano y se la llevo a su frente, apoyando suavemente su dorso en ella, en una petición que casi le sonó a súplica.- No lo hagas... hay algo verdaderamente bello en ti, algo que no tiene que ver con lo que el simple ojo puede alcanzar a ver. Algo que incluso ha superado tu vida en los suburbios, donde se encuentra lo peor del ser humano... Por favor, aunque sea por este anciano...


Ella le miró sorprendida. No entendía a qué venía eso, ni por qué se ponía así. Le abrazó.


-Padre… no diga tonterías… ¿por qué iba a perderme así?


-Si supieras.-dijo, dándole un suave beso en la frente.- Si supieras, hija… Sé que va a ser duro, pero… ¿lo harás? Es por tu bien…


¿Me bastará la compañía de mi padre por toda la eternidad? No era eso lo que pretendía al ir a escucharlo, pero ahora que lo pienso…


-Lo haré… pero… Una última noche. Sólo una última noche. No volveré al local… pero una última noche, por favor…


-Está bien…-le dijo, con una sonrisa. Bien valía aquella sonrisa ese sacrificio… entonces pensó…

-¿Por qué dijo que se encariñaría conmigo con tanta seguridad?


-¿Quién no podría hija, quién no podría…?- Dijo, su voz sonaba perdida entre recuerdos lejanos… en un sitio donde ella nunca había estado.


Aquella noche la pasó con su padre. En la siguiente, pese al esfuerzo que le costaba, superó sus pesadillas, se levantó más temprano que nadie y se fue antes de que Juliette o su padre se pudieran dar cuenta.

Cuando iba a ir a cazar, su padre le permitía… ciertas “licencias” de vestuario. No iba tan elegante, o mejor dicho, una palabra que no había empleado con su padre… tan pija. Este último término era mucho más acertado que el primero. Un corsé azul, que dejaba sus hombros al aire y ensalzaba su figura, unos pantalones vaqueros negros ajustados, y unas botas negras, le resultaban mucho más cómodos que aquellos vestidos y aquellos zapatitos con tacones. Qué gusto…


Caminó, segura, y hasta cierto punto presurosa, por aquellas calles que se había dedicado a conocer esas noches. No tardó en llegar al local… aunque antes de lo que acostumbraba. Acababa de abrir y apenas había gente. El P54 no tenía nada que ver con los locales a los que solía ir con su padre. No había exposiciones, lo que sonaba de fondo no era música clásica y los camareros no estaban disfrazados de pingüino. Era un local al que iba gente joven, con música en directo. No era grande en exceso, pero tampoco se podía decir que era pequeño, con una barra en el lateral, un montón de mesas con bastante espacio entre ellas, de manera que se podía andar tranquilamente entre ellas. Las luces eran azuladas y tenues… creando un precioso abanico de luces y sombras que producían un efecto acogedor y relajante. En muchas de esas sombras se había alimentado ella, sin que nadie se diera cuenta, ni siquiera su propia… “comida”. Se sentó en una mesa que quedaba algo oculta tras una columna, una en la que ya se había ido acostumbrando a sentarse, mirando hacia el escenario que estaba al fondo de la sala, donde cada noche esperaba que aquel hombre subiera al escenario, con su guitarra, se sentara en la silla y empezara a hacer su magia. Era algo sencillo, terriblemente sencillo… él, un micrófono y una guitarra. Sencillo… pero lograba atraparla hasta tal punto que no hacia más que pensar en la siguiente actuación.

Esa noche, sin embargo, era la última, pero no dejó que esta certeza arruinara el momento. Al menos se sentía feliz por poder tenerlo, una vez más. Cuando apareció en el escenario, se permitió a si misma estudiar su rostro, su figura. Normalmente sólo escuchaba su música, y tan sólo observaba sus manos, que pasaban suavemente por las cuerdas y sus labios, de donde salían todas aquellas canciones… y se fijó, por primera vez, en que era guapo. Tendría… ¿cuántos? ¿Veinticinco? Apenas unos cuantos más que ella. El pelo corto, castaño, unos ojos color miel deliciosos, con una mirada sincera, soñadora. Sus labios, que tan bien conocía… y una barbita de tres días que sólo le quedaba bien a tres personas, y él estaba entre esos tres. Era de constitución más bien delgada, pero indudablemente atractivo.


Una vez más repitió la rutina de cada noche. Se acomodó bien la guitarra, se sentó, volvió a acomodársela, se aseguró de que el micrófono estaba bien colocado… y sin presentaciones ni nada, ajeno a que unos ojos zafiros le estudiaban y brillaban con ilusión inocente, empezó a tocar… y a cantar.


¿De dónde habría salido esa voz? Suave… susurrante como el ronroneo de un gato… Las voces masculinas que ella recordaba habían sido todas graves y roncas, violentas, incluso. La voz de su padre, por supuesto, era grave y amable, pero esta, esta tenía algo que la hacía escuchar ensimismada, deseando que aquella noche no acabara nunca. Mientras escuchaba, se sintió como la amante que comparte lecho una última vez con su amado, en un baile donde sólo estaba permitido que bailaran ellos dos, cuyos límites estaban definidos únicamente por las notas de aquella melodía. Se dejó arrastrar por esas sensaciones, para ella no había más. Solo estaban ella y él, una admiradora oculta entre sombras, una vampiresa que escuchaba a un humano como si este le hubiera devuelto de nuevo la luz del sol... aquel humano había prendado a una joven depredadora de la noche sin saberlo, una joven que desde el principio se había cuidado de ver a sus presas como tal, o no habría sido capaz de alimentarse. Una joven que, sin su familia, había perdido interés en lo que la humanidad pudiera ofrecerle. Para ella sólo existía su padre… y ahora él. Él, que nunca sabría de su existencia, que viviría y moriría sin saber que, una noche, había conmovido tanto un corazón muerto… que había vuelto, fiel, noche tras noche, como si una inexorable cadena los hubiera unido y los eslabones estuvieran hecho de aquella maravillosa música que sólo él sabía tocar… pero eso sería algo que él, en su corta existencia, jamás sabría. Dejó que la música la acariciara, disfrutando de ella todo lo que podía, pues era la última noche. Fue entonces cuando sucedió. Aquello que, inconscientemente, tanto había deseado sin saberlo, sucedió.


Cruzó sus ojos con los suyos.


Perdió la nota un momento, un momento imperceptible para oídos mortales, pero no para ella. Incluso, esforzándose un poco, pudo oír como el corazón de aquel hombre se descompasaba, acelerándose un breve momento. En aquel instante, ninguno lo sabía, pero sus cadenas se unieron, tenuemente… y esa unión se rompió. El sonido del corazón del mortal sacó a Berenice de su ensimismamiento. Recordó las palabras de su padre, y sin más, se levantó y se marchó. Así de simple. Así de difícil.


Sin saberlo, Jacques había roto una cadena que debió haberse formado. En su miedo… no pudo ver que tal vez otra cadena podría ser más peligrosa que esa… y que tal vez esa sanaría el corazón de su hija, tan herido sin que él lo supiera. Aquella noche, hasta que volvió Berenice, mucho antes del amanecer, permaneció sentado enfrente de uno de aquellos monstruos a los que había dado vida, uno de esos cuadros que se juró a sí mismo jamás iban a ver la luz de la luna. Y mucho menos… la luz de los ojos de Berenice. “Tú no… hija mía, tú no…” rezaba cada noche… pero esa cadena rota… buscó otros eslabones.


Entró en la habitación del hotel, donde supuestamente estaba su padre. No terminaba de fiarse de ese tal Claudio, pero por desgracia, no le quedaba otra. Casi no se sorprendió cuando cerró la puerta tras él, y un hombre, que había permanecido recostado en la cama hasta que entraron, se levantó y habló… y tan solo con eso sus cadenas se unieron, con una fuerza y una pesadez chirriante.


-Buenas noches, señorita Berenice... le aconsejo que no se tome la molestia de gritar, la habitación está insonorizada, y además no le he dado ningún motivo...


Miró a aquel hombre, moreno y de ojos oscuros, tan diferentes a los que fueron los de aquel cantante… no tan alto, pero si más fuerte, de tez morena… aunque ella no estaba pensando en eso precisamente… más bien…


En la boca del lobo, de puta madre.